En la escuela, algunos recuerdos


Parece que fue ayer cuando estaba en la escuela, inicialmente en el Santa Tereresita, de donde conservo muy pocos recuerdos nebulosos, como que mi caligrafía era espantosa y la profesora Adela sufría mucho intentando hacerme mejorarla; o los dibujos tan particulares que hacía, que solo yo interpretaba y que para presentárselos al  profesor Ovidio debía ponerles un nombre en máquina de escribir. Hacía un garabato (para mí, con mucho sentido) y al frente debía escribirle: esto es una vaca.
Luego, cambiado de domicilio, ingresar a una escuela pública, entrando a las 6:45 de la mañana con los zapatos negros bien lustrados, el pantalón azul bien planchadito en la plancha de carbón que mi abuela utilizaba en esos días, la camisa a rayas en todas las gamas del rojo (espantosa) pero que era la de rigor con todos los botones en su sitio. A alguien con mejor condición social y económica que la nuestra le es difícil entender esto. Para alguien de extracción popular, es normal asumir que estudiar es casi un lujo y costear lo necesario para hacerlo, una proeza.
Mamá hacía empanadas que yo vendía para ayudarle en conseguir las moneditas.
Era normal que cuando iba a la escuela, mamá me empacara un huevo tibio dentro de una bolsa de plástico y me echara así mismo un jugo de guayaba en un frasco al que le ponía una talega también plástica para que no se regara dentro del bolso (hecho con las botas de otros jeanes que ya no empleaban)…Los compañeros de mejor familia llevaban dinero para las onces y compraban algo que llamábamos faruma, un preparado a base de calado molido con azúcar, bolis, galletas y el sempiterno pan que comprabamos en la panadería vecina donde daban el 20% de vendaje (ñapa o extra, el nomeolvides, etc) para la cooperativa.

Cuando le tocaba la disciplina al director del grupo, nos tocaba a los alumnos hacer el aseo de la escuela, recoger papeles, lavar los baños y cosas de esas.
En la escuela, cada periodo, el director del curso calificaban los puestos ocupados por cada alumno y nos lo hacían colocar en un recuadro de icopor pintado y de acuerdo con esto ocupábamos determinados pupitres mejor o peor ubicados dentro del salón. Nos tocaba, en la escuela, pupitres dobles que había que entrgar a fin de año, debidamente lijados y taponados (con braniz trasparente o color madera según el caso). Recuerdo que el segundo de primaria me enamoré de la profesora Fanny y después de la profesora Lucero pero en silencio. Algunos de mis otros compañeros en la escuela eran bastante más efusivos y expresivos, declarando su amor a estas y a otras bellas y jóvenes profesoras. Pero no todo eran mieles.Los castigos iban desde golpes con una regla larga de madera fina en las manos, hasta estarse arrodillado en el patio con un ladrillo en cada mano, teniendo los brazos extendidos hacia el cielo. Era todo parte de la pedagogía de la escuela. Pero allí eramos felices. Corríamos, jugando la lleva o el cogido bajo los árboles de guayaba y de mango, o pateábamos la pelota de trapo o de caucho imaginando ser los superfutbolistas del momento (niño que se respetara tenia roto el pantalon en las rodillas o, en m caso, con un parche de tela encima, a modo de rodilleras para que me durara más el pantalon; y eso que no digo más sobre los pobres zapaticos, que no solo pateaban pelotas, sino guayabas, mangos, piedras y todo lo que se atravesara). En educación física, aparte de los exigentes ejercicios de gimnasia que nos colocaba un profesor bien vestido y con un parasol, también nos dejaban jugar ponchado y yermis…No recuerdo en cual materia nos ponían a limpiar las zonas verdes (los potreros y pantanos), con machete, terminando con grandes vejigas en las manos, embarrados e insolados, pero descubriendo lombrices gigantescas que llamaban capitanas, o tirándonos lodo con los compañeros al menor descuido del profesor.
En la escuela uno se sentía importante, parte de algo, tal vez de eso que los adultos llamaban futuro. En la escuela primaria estábamos en formación, toda una generación que más tarde quizás exclamara lo que el poeta en “Antiguos compañeros se reúnen”.

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