Sociedad, Persona, Máscara Digresiones sobre melancolía y carnaval
Gabriel Restrepo Profesor Universidad Nacional[1]
GENEALOGÍA DEL ABURRIMIENTO
En una obra pensada y escrita en un momento de albor (1) , el psicoanalista José Gutiérrez acusaba el predominio de la «depresión» como manifestación de un vacío ético de la población colombiana, cuyos síntomas advertía en altos índices de delincuencia, embriaguez, juegos de azar y manía política (2) . Juzgaba dichos síntomas como afines a un aparente vaciamiento de la creatividad popular (salvo la musical).
Una especie de «tullimiento» de la expresividad se trasladaba al lenguaje, en el que se producía una especie de trastrueque de los conceptos de «harto», «hincho» o «llenura», que por oposición a sus significados originales se tornaban de plenos a vacíos para aludir a la monotonía de la vida. (3)
Un estoicismo al revés, o un pseudoestoicismo, pues no lo es no por maximizar la razón, cuanto por reprimir el goce, determina una actitud
colectiva de «aguante», que si bien podía prometer una suerte de virtud de la paciencia, se convertía tal cual en un vicio que desnudaba el sentimiento de fatalidad o de doblegación a la autoridad por parte del hombre común.
El autor celebraba con razón la libertad de Jorge Gaitán Durán para llamar la atención de colombianos con sentido del humor y distancia sobre la importancia de una figura como Sade.
También hubiera podido aplaudir al poeta que osó manifestar por primera vez sin los velos de Silva el plano erótico de la vida, de un modo más patente de lo que haría el nadaísmo, un movimiento de claroscuros que anuló su poder libertario con el rápido malabarismo que lo retrotrajo al «misticismo» o lo proyectó a la publicidad.
La trágica muerte de Gaitán Durán fue tal vez un símbolo de la precariedad de la lucidez de la generación de Mito para sobresalir en la sociedad. Dicha generación hubo de confinarse a recintos cerrados.
Se recuerda, por ejemplo, la escenificación de la obra de Peter Weiss Marat Sade por el teatro La Candelaria, hacia 1966, justo en los momentos en los cuales el carnaval de la ciudad universitaria llegaba a su fin.
Por lo pronto bajo la monotonía política y cultural de «la Atenas Suramericana» (o de la «apenas suramericana», como ha ironizado el escritor Rafael Humberto Moreno Durán) quedaría en suspenso la afirmación de José Gutiérrez expresada al final del capítulo: «Creemos que la lucha contra el aburrimiento debe ser una de las más importantes que lleve a cabo el pensamiento de Colombia en todos los órdenes: desde la religión hasta el arte, pasando por la ciencia y la filosofía, todas las ramas del pensamiento deben contribuir a dar la batalla contra este fantasma que cubre con una cortina de niebla nuestras potencialidades artísticas y creativas» (4) .
En la lucha contra el aburrimiento, el carnaval está llamado a ser una estrategia de primer orden, entre otras razones por contener todas las artes en la sabiduría popular. El carnaval es un antídoto para la melancolía.
ABURRIMIENTO Y MELANCOLÍA
El aburrimiento y la depresión toman muchas veces el rostro de la melancolía, uno de los cuatro temperamentos de la medicina hipocrática, entre ellos el que debería ser más proclive a la cura por el amor que predicara Paracelso como el máximo remedio concebible por la humanidad para su salvación, acaso dentro de una estricta tradición platónica (5) .
Por la misma época del peregrinaje de Paracelso, Durero plasmó su grabado Melancolía I. (6) Se trataba también entonces de un albor, el de la sociedad moderna. Albor que - digámoslo – es también un ocaso, porque en los períodos de cambio la víspera suele confundirse con la madrugada. La hora de la melancolía, como el momento privilegiado del llanto de los inocentes, es la que precede y sigue a la noche. También es, por supuesto, la hora de los lobos. Es el instante de la incertidumbre que evoca la «hora incierta», a la que se refiere Jankélévitch como predicamento de ese «órgano obstáculo» que es la muerte (7).
El mismo Jankélévitch ofrece una perspectiva muy sugestiva para deconstruír el significado del grabado de Durero como síntoma de la melancolía de la sociedad moderna, cuando dice: «La ironía es la alegría un poco melancólica que nos inspira el descubrimiento de una pluralidad» (8). Y vaya pluralidad la descubierta con el nuevo mundo físico y metafísico del renacimiento.
Por de pronto, tornemos la vista al grabado que no por azar se sitúa junto al mar, no sabemos si es el Mediterráneo o el Atlántico, o sea, el de aquella Odisea por los confines de la caldera egipcia, fenicia, persa, judaica, turca, romana, o el de los nuevos orbes africanos y americanos.
Una ambigüedad que sirve de telón de fondo a otras muchas. ¿Es un hombre o una mujer la figura que bajo las ingrávidas alas y a despecho de la escala reposa al lado de objetos que con su propio cuerpo acentúan la pesantez? ¿Es la aurora o es el alba, el sol o la luna? ¿La aparente pesadumbre es el resultado del arte o del ocio?
No lo sabremos nunca. Pero tenemos por cierto que la melancolía no fue confinada solamente al renacimiento. Más allá de Durero y de su inspirador, Ficino, ella reaparecerá en el siglo de Newton, en él mismo, digámoslo de paso, y en una figura tan diciente como Robert Burton, cuya enfermedad fue objeto de su obra: Anatomía de la Melancolía (9). Pero si la evolución de la medicina en el siglo XIX con Boerhave y otros pronto haría superfluos los dejos de Hipócrates o de Galeno contenidos en Burton, no sería suficiente para desterrar el interés por un libro que podría contener en semilla la sintomatología de la melancolía romántica, sintomatología que acompañará como una mala conciencia el desarrollo del capitalismo.
Son tan variadas las expresiones y tan larga la duración de la melancolía romántica, que un tratado sobre el tema excedería cualquier limitación. De tal tópico harían falta capítulos que además de la locura tocaran temas aún hasta cierto margen inéditos como la droga o el malestar producido por el cambio de relación entre los géneros.
Aún la sola exploración literaria (y no digamos la artística en general o la musical en particular ) sería como ingresar a un laberinto sin el concurso de Ariadna.
Para sintetizar el argumento basten algunos ejemplos que para mayor entendimiento pueden ser precedidos por algunas notas muy ilustrativas de Jankélévitch.
Este autor describe bajo el apropiado título de «vértigo y aburrimiento « la ironía que torna sobre sí misma como sobre un carrusel.
El poder de la subjetividad que ha desentrañado el idealismo alemán se vuelca como un girar sin término y sin reposo objetivo sobre sí mismo, en un desistimiento burlón sobre un mundo que desdeña, no sin razón en muchas ocasiones.
Es el juego por el juego, elevado hasta el máximo riesgo de la propia destrucción, la negación por la negación, el arte resucitado de la sofística o el socratismo descompuesto por el cinismo (10).
El ya tan citado Novalis sirve como preámbulo. Sus «Himnos a la Noche » (11) prefiguran temas del desencantamiento con el mundo moderno.
Un des-encantamiento, por decirlo así, con el des-encantamiento del mundo, es decir, con el ascenso de la racionalidad que ha privado al mundo de los dioses, pero que además ha significado una entropía de la piedad (12).
El mundo había perdido, en términos que podríamos definir con el sociólogo alemán Ferdinand Tönnis, su fundamento comunitario (todo vestigio de la dominación patriarcal y de la vigencia de la tradición) para ser sustituido por una sociedad basada casi de modo exclusivo en el interés y en el cálculo, es decir, en la estimación del otro como medio y en la concepción de la sociedad como mecanismo (13).
Afin a su coetáneo Hölderlin, Novalis acaso se salvara de la locura que afligió a éste exiliado en las torres por su muerte prematura.
Pero la muerte, como la noche, provocaba ya un embelesamiento que era consustancial a la apetencia por los alucinógenos.
El tópico de la muerte, en Novalis como en los románticos y en los poetas malditos, era más que vértigo, si aceptamos que la ambivalencia implícita en la noción de vértigo, tal cual ha sido descrita por Milán Kundera en su libro La insoportable levedad del ser (14): una experiencia simultánea de atracción y de repulsión. Toda repulsión hacia la muerte había sido suprimida por una nostalgia por ella. A tenor de lo que establece Freud en Más Allá del Principio del Placer (15), el romántico quería cancelar toda la distancia que lo separaba de la naturaleza . Amor muerte, amor a la muerte venían a ser ahora, por paradoja, la mayor expresión de la filosofía, del amor a Sofía, a la verdad (16).
El segundo ejemplo es Thomas de Quencey. Opiómano, hizo de su dependencia su independencia, al describir, como Rousseau, en confesiones sin par, la dialéctica de su adicción a un Pharmacon tan poderoso como su escritura (17). También la obsesión por la muerte representa algo más definido que un vértigo, una vocación.
Y sin embargo, el apresuramiento de la destrucción provoca una anamnesis que será elevada a una categoría epistemológica de extraordinario valor heurístico, como es la del palimpsesto (18).
El tercer ejemplo es el del poeta Rimbaud. Prematuro como Novalis, fue tanto o más decisivo que el alemán en la configuración de una sensibilidad alternativa a la racionalidad
del mundo moderno. En carta a George Izambard fechada en mayo de 1871 dice: «Ahora yo me bestializo tanto como puedo. ¿Por qué? Quiero ser poeta y trabajo para hacerme vidente: usted no comprende del todo y yo no sabría explicarle. Se trata de llegar a lo desconocido por el desarreglo de todos los sentidos. Los sufrimientos son enormes, pero hace falta ser fuerte, haber nacido poeta, y yo me reconozco como poeta. No es del todo mi falta. Es falso decir: yo pienso. Se debería decir: se me piensa. Perdón por el juego de palabras. Yo soy un otro...» (19)
El poeta que como Sócrates se impone como primer deber el conocerse a sí mismo, juega a un metódico o arreglado desarreglo de los sentidos, a una minuciosa y por decirlo así analítica disección o desagregación de sí, a una estudiada enajenación. Contradicción en los términos, especie de oxímoron, esta razonable sinrazón, como la de Don Quijote, lo llevaría a la locura, si el apremio de ésta no lo lanzara a un sucedáneo que probó ser por igual suicida: la de aventurero en África. Y no obstante, el póstumo tendría razón en su crítica a la insensibilidad del mundo moderno.
DOS CLASES DE ABURRIMIENTO
Crepuscular o auroral como hemos dicho, la ironía melancólica es indicio de fin o de comienzo de una era, no importa que sus claves se cifren a veces como marginales en el transcurso de una época.
Lo que deberíamos aclarar ahora es que la melancolía se puede producir por exceso o por defecto.
Según la previa definición de Jankélévith, ella puede surgir por la sorpresa que produce el descubrimiento de lo múltiple, pero también, como nos lo ha enseñado José Gutiérrez, por la monotonía o el mono cromatismo de la vida. Unidad o monotonía que se quiebra en la multiplicidad, o diversidad que no se deja gozar por una monotonía que la ciega, tales son las fuentes contradictorias de la melancolía.
Existen pues una melancolía producida por la riqueza y otra por la pobreza. Una hartura - para volver al tema inicial - que se convierte en vaciamiento o un vaciamiento que se recubre como hartura o hartera (tal como por ejemplo disimula en la picaresca el hijodalgo que por encubrir un rango o una hartura que no posee, muestra un palillo de dientes como si hubiera comido). Es por decirlo así un tema típico del carnaval, este de la inversión de los contrarios. Jankélévith lo describe mejor que nadie: «Los extremos se juntan; y como uno se desespera de ser pobre y sólo, también se aburre de ser muy rico y muy feliz...Si todo está permitido, nada está permitido.
Esta alma neurasténica por el exceso de libertad, o de virtuosidad, o de ocio, parece a un navegante que muere de sed en medio del océano. Pues la abundancia envilece: tal es la ironía de la concurrencia. El aburrimiento es pues la desesperanza reversada, la desesperanza de los millonarios, de los acróbatas y de los humoristas; es la manera como los ricos se hacen pobres. Qué ironía. La ironía sorprende en su triste opulencia y en su vacía plenitud, pues es todo es ser nada. ¿Hay alguna pobreza más paradójica que la pobreza de la riqueza, más enervante que la indigencia de la abundancia?» (20)
He ahí el doble flanco del aburrimiento, la melancolía producida por lo mucho o por lo poco.
Baudrillard reflexiona sobre esta doble naturaleza de la desesperanza del mundo contemporáneo, cuando dice que países como Francia o Estados Unidos se parecen a Brasil o Colombia porque en uno y otro caso parecen vaciados de futuro y condenados a un presente sin fondo. Pero matiza muy bien el argumento. En las primeras sociedades, la desesperanza (diríamos el no futuro, el fin de la historia, la anulación de la utopía) obedece a un sentimiento de que ya se ha obtenido todo o todo es un dejà vu, mientras que en los otros países responde al síntoma de la fatalidad, a la creencia de que es imposible cambiar las reglas de juego que deciden una situación de dependencia (21).
La pregunta que se podría formular sería de qué modo dos aburrimientos o dos desesperanzas, como dos negaciones, se combinan para producir una afirmación o un resultado positivo.
Es decir, hasta dónde en el mundo contemporáneo pudieran conjugarse sociedades escasas en éxtasis y sociedades abundantes en él para producir una sociedad planetaria más equilibrada. Hasta el momento, ese cruce, cada vez más creciente, se ha manifestado en un plano negativo, el de la importación de la droga, de la fiesta (música incluida) y de lo exótico (naturaleza viva o muerta, ecología, frutas, etc.) para alimentar una sociedad con creciente tiempo libre (libre, pero no liberado), una sociedad que vive la paradoja de una búsqueda de excitación en sociedades no excitantes, para emplear un término de Norbert Elías (22).
EL CARNAVAL HA MUERTO, VIVA EL CARNAVAL
Que se sepa, Jankélévitch no conoció a Mijail Bajtin (23), por lo menos no lo cita en los dos textos mencionados. Y sin embargo, el acuerdo es por muchos aspectos sorprendente, aunque desde perspectivas muy distintas, la una humanista, la otra socialista sui géneris.
La afinidad radica en estimar que el carnaval murió en la sociedad moderna como exterioridad, pero se refugió en el arte como subjetividad. En otros términos, a medida que la oralidad primaria fue sustituida por la escritura en sus diversas formas, los temas carnavalescos se subsumieron en ella (24). Además, la reforma protestante, el individualismo creciente, el control estatal y el predominio de la racionalidad instrumental ahogaron el impulso expresivo inmediato carnavalesco.
Tales los innumerables ejemplos de carnaval en la música, como Berlioz (El Carnaval Romano), Schumann, Stravinsky, etc., pero también en la pintura (Picasso, por ejemplo, con los temas de arlequines, por no hablar de la pictografía del carnaval más antigua, la de Jeronimus Bosch o la de Bruegel), o en la novela o en la poesía, desde Rabelais hasta Dostoiewsky, según el agudo examen de Michail Bajtin .
La oposición, pues, entre el romanticismo y la sociedad de acumulación de poder económico o político no es aquella que pueda darse entre la pobreza exterior de los primeros y la riqueza exterior de quienes encarnan la sociedad capitalista. Si se quiere, los escritores románticos y sus seguidores, surrealistas y demás, son simétricos en muchos aspectos a la sociedad de la que se exilian o a la que repudian, así sea por una producción de imaginarios lingüísticos más obsesiva que en ninguna planta económica o en ningún estado. Si se quiere, también, más que los capitalistas ellos están expuestos a la ley de la competencia, y sólo lo salvan de mimetizarse con la sociedad que niegan por sus pretextos futuristas o nostálgicos y acaso por el modo cuasi-artesanal de su producción.
La discordancia está en otro sentido, en la diferente valoración que la sociedad capitalista hace de la producción de poder económico y político y de la producción social o cultural. No que no la reconozca, sino que tiende a ser miope o póstuma en el reconocimiento, una miopía que por lo demás encubre un mecanismo de defensa del poder adquirido.
Pero el argumento que en este momento interesa en el paralelismo de Bajtin y de Jankélévitch es el siguiente: el modo como atestiguan la entropía del carnaval en la sociedad moderna. Así como el capitalismo, tal como lo expuso Marx, disolvió las formas comunitarias como presupuesto para erigir el nuevo modo de producción, así el protestantismo, según la perspectiva de Max Weber, produjo el des-encantamiento del mundo, el control societal e individual de la conducta y una creciente - aunque no completa - racionalización de la vida colectiva, en especial en lo atinente al poder económico y político. El capitalismo moderno ha llegado a ser así, en su expresión, una jaula de hierro, de tal clausura que el arte (y el carisma que le es consustancial) , como el ave, ha perdido su libertad, a nombre de una ley que de modo supuesto la funda.
De esta forma, Jean Richard Bloch pudo decir en 1918: el carnaval ha muerto (25). Parecería como si en una sociedad homo-adulto-logo-burgo-euro-centrada no cupieran esas formas antiguas de carnaval, que al parecer quedaron relegadas a periferias católicas (Munich, España, pero incluso el carnaval romano descrito por Goethe feneció) o a sociedades «marginales», «periféricas» o «primitivas».
La entropía del carnaval es la de la tradición o el carisma, en términos de Max Weber, en favor de un mundo cada vez más burocrático y racional.
Y sin embargo, cincuenta años después hubiera podido decirse, con la simple inspección de Woodstock, o del Rock, o de los fenómenos orgiásticos de la droga, que el Carnaval renació de sus cenizas. 1968 pudo ser el año en que fue válido afirmar: «El Carnaval ha muerto, viva el Carnaval».
De ahí que sea necesario ensayar de nuevo sobre él.
NOTAS
1. José Gutiérrez 1996, tercera edición (la primera había sido en 1961). De la Pseudoaristocracia a la Autenticidad. Psicología Social Colombiana. Bogotá, Tercer Mundo. Según ha relatado José Gutiérrez, dicho libro fue pensado y escrito dos años antes de su publicación, durante su estadia en México. El ‘‘albor’’ se refiere pues tanto al carácter ‘‘iniciático’’ de la producción de José Gutiérrez, como a los comienzas o principios de una nueva era colombiana que se había erigido para superar ‘‘la violencia’’.
2. Obra Citada, capítulo quinto, páginas 83 a 91. Sobre la manía política discurre en el capítulo tercero y allí advierte con mucho sentido profético el flanco crucial en la democracia, cual es la oposición. Una oposición que periclitó con el breve experimento del Movimiento Revolucionario Liberal en el cual militó José Gutiérrez.
3. Si el excelente trabajo de José Gutiérrez hubiera hallado eco, tal vez se hubiera podido ampliar esta observación lingüística para referirla a contextos socio antropológicos, en particular al posible efecto de la ‘‘chicha’’ sobre la melancolía. Es sabido que el ‘‘enchichamiento’’ produce una pesantez que a la vez se experimenta como un ‘‘vaciamiento’’.
4. No deja de ser notable que el uso del imperativo aparezca - contra las advertencias del autor - en el capítulo anterior a una disección implacable sobre su uso en la sociedad como rasgo de autoritarismo.
5. Inglis, Brian, 1968. Historia de la Medicina. Barcelona, Grijalbo. P. 88-97. Sobre Platón y el amor, por supuesto la fuente principal es El Banquete. Platón, 1969: Obras Completas, Madrid, Aguilar, segunda edición: páginas 553 a 597.
6. Strauss, Walter, ed, 1972 The Complete Engravings, Etchings and Drypoints of Albrecht Durer. New York, Dover.
7. Jankélévith, Vladimir, 1977. La Mort. Paris, Flammarion. Capítulos II y II, páginas 92-185.
8. 1964 L’ironie. Paris, Flammarion. Traducción nuestra.
9. Burton Robert, 1947. Anatomía de la Melancolía. Buenos Aires, Espasa Calpe (selección9.
10. Jankélévith. L’ironie. Ver en especial 143 a 153, aunque los argumentos se esparcen a lo largo de todo el libro.
11. ‘‘Himnos de la noche’’, hay diversas versiones.
12. Este es el gran tema de la obra del sociólogo Max Weber, 1987. Ver ‘‘La ética protestante y el Espíritu del Capitalismo’’, en: Ensayos sobre sociología de la Religión. Madrid, Taurus, Tomo 1.
13. Tönnies, Ferdinand, 1947. Comunidad y Saciedad. Buenos Aires, Losada.
14. Kundera Milán, 1987. La Insoportable Levedad del Ser. Madrid, Tousquets.
15. Freud, Sigmund, 1948. Más Allá del Principio del Placer. En Obras Completas. Madrid, Biblioteca Nueva.
16. Ver el ensayo anterior.
17. Lo mismo.
18. Thomas de Quencey, 1985. Confesiones de un opiómano inglés. Madrid, Alianza, 1987, y: Suspiria de Profundis. Madrid, Alianza.
19. Rimbaud, 1960. Oeuvres. Paris, Editions Garnier Freres. Traducción de Diamon.
20. 1964. L’ironie. Paris, Flammarion.
21. Baudrillard, 1987. Cool Memories. 1980-1985. Paris, Galilée.
22. Elías, Norbert y Dunning, Eric, 1992 (1986). Deporte y ocio en el proceso de civilización. Méjico, Fondo de Cultura Económico.
23. Bajtin, Mijail, 1989. La cultura popular en la edad media y el renacimiento. Madrid, Alianza.
24. Esto podría inferirse de una lectura del excelente libro de Ong, Walter, 1987. Oralidad y escritura. México, FCE.
25. Jean Richard Bloch, citado por Julio Caro Baroja en su libro, 1965: Carnaval. Madrid, Taurus.
[1] Aquelarre. Revista semestral del Centro Cultural de la Universidad del Tolima. No2. Edición Julio –Diciembre 2002
GENEALOGÍA DEL ABURRIMIENTO
En una obra pensada y escrita en un momento de albor (1) , el psicoanalista José Gutiérrez acusaba el predominio de la «depresión» como manifestación de un vacío ético de la población colombiana, cuyos síntomas advertía en altos índices de delincuencia, embriaguez, juegos de azar y manía política (2) . Juzgaba dichos síntomas como afines a un aparente vaciamiento de la creatividad popular (salvo la musical).
Una especie de «tullimiento» de la expresividad se trasladaba al lenguaje, en el que se producía una especie de trastrueque de los conceptos de «harto», «hincho» o «llenura», que por oposición a sus significados originales se tornaban de plenos a vacíos para aludir a la monotonía de la vida. (3)
Un estoicismo al revés, o un pseudoestoicismo, pues no lo es no por maximizar la razón, cuanto por reprimir el goce, determina una actitud
colectiva de «aguante», que si bien podía prometer una suerte de virtud de la paciencia, se convertía tal cual en un vicio que desnudaba el sentimiento de fatalidad o de doblegación a la autoridad por parte del hombre común.
El autor celebraba con razón la libertad de Jorge Gaitán Durán para llamar la atención de colombianos con sentido del humor y distancia sobre la importancia de una figura como Sade.
También hubiera podido aplaudir al poeta que osó manifestar por primera vez sin los velos de Silva el plano erótico de la vida, de un modo más patente de lo que haría el nadaísmo, un movimiento de claroscuros que anuló su poder libertario con el rápido malabarismo que lo retrotrajo al «misticismo» o lo proyectó a la publicidad.
La trágica muerte de Gaitán Durán fue tal vez un símbolo de la precariedad de la lucidez de la generación de Mito para sobresalir en la sociedad. Dicha generación hubo de confinarse a recintos cerrados.
Se recuerda, por ejemplo, la escenificación de la obra de Peter Weiss Marat Sade por el teatro La Candelaria, hacia 1966, justo en los momentos en los cuales el carnaval de la ciudad universitaria llegaba a su fin.
Por lo pronto bajo la monotonía política y cultural de «la Atenas Suramericana» (o de la «apenas suramericana», como ha ironizado el escritor Rafael Humberto Moreno Durán) quedaría en suspenso la afirmación de José Gutiérrez expresada al final del capítulo: «Creemos que la lucha contra el aburrimiento debe ser una de las más importantes que lleve a cabo el pensamiento de Colombia en todos los órdenes: desde la religión hasta el arte, pasando por la ciencia y la filosofía, todas las ramas del pensamiento deben contribuir a dar la batalla contra este fantasma que cubre con una cortina de niebla nuestras potencialidades artísticas y creativas» (4) .
En la lucha contra el aburrimiento, el carnaval está llamado a ser una estrategia de primer orden, entre otras razones por contener todas las artes en la sabiduría popular. El carnaval es un antídoto para la melancolía.
ABURRIMIENTO Y MELANCOLÍA
El aburrimiento y la depresión toman muchas veces el rostro de la melancolía, uno de los cuatro temperamentos de la medicina hipocrática, entre ellos el que debería ser más proclive a la cura por el amor que predicara Paracelso como el máximo remedio concebible por la humanidad para su salvación, acaso dentro de una estricta tradición platónica (5) .
Por la misma época del peregrinaje de Paracelso, Durero plasmó su grabado Melancolía I. (6) Se trataba también entonces de un albor, el de la sociedad moderna. Albor que - digámoslo – es también un ocaso, porque en los períodos de cambio la víspera suele confundirse con la madrugada. La hora de la melancolía, como el momento privilegiado del llanto de los inocentes, es la que precede y sigue a la noche. También es, por supuesto, la hora de los lobos. Es el instante de la incertidumbre que evoca la «hora incierta», a la que se refiere Jankélévitch como predicamento de ese «órgano obstáculo» que es la muerte (7).
El mismo Jankélévitch ofrece una perspectiva muy sugestiva para deconstruír el significado del grabado de Durero como síntoma de la melancolía de la sociedad moderna, cuando dice: «La ironía es la alegría un poco melancólica que nos inspira el descubrimiento de una pluralidad» (8). Y vaya pluralidad la descubierta con el nuevo mundo físico y metafísico del renacimiento.
Por de pronto, tornemos la vista al grabado que no por azar se sitúa junto al mar, no sabemos si es el Mediterráneo o el Atlántico, o sea, el de aquella Odisea por los confines de la caldera egipcia, fenicia, persa, judaica, turca, romana, o el de los nuevos orbes africanos y americanos.
Una ambigüedad que sirve de telón de fondo a otras muchas. ¿Es un hombre o una mujer la figura que bajo las ingrávidas alas y a despecho de la escala reposa al lado de objetos que con su propio cuerpo acentúan la pesantez? ¿Es la aurora o es el alba, el sol o la luna? ¿La aparente pesadumbre es el resultado del arte o del ocio?
No lo sabremos nunca. Pero tenemos por cierto que la melancolía no fue confinada solamente al renacimiento. Más allá de Durero y de su inspirador, Ficino, ella reaparecerá en el siglo de Newton, en él mismo, digámoslo de paso, y en una figura tan diciente como Robert Burton, cuya enfermedad fue objeto de su obra: Anatomía de la Melancolía (9). Pero si la evolución de la medicina en el siglo XIX con Boerhave y otros pronto haría superfluos los dejos de Hipócrates o de Galeno contenidos en Burton, no sería suficiente para desterrar el interés por un libro que podría contener en semilla la sintomatología de la melancolía romántica, sintomatología que acompañará como una mala conciencia el desarrollo del capitalismo.
Son tan variadas las expresiones y tan larga la duración de la melancolía romántica, que un tratado sobre el tema excedería cualquier limitación. De tal tópico harían falta capítulos que además de la locura tocaran temas aún hasta cierto margen inéditos como la droga o el malestar producido por el cambio de relación entre los géneros.
Aún la sola exploración literaria (y no digamos la artística en general o la musical en particular ) sería como ingresar a un laberinto sin el concurso de Ariadna.
Para sintetizar el argumento basten algunos ejemplos que para mayor entendimiento pueden ser precedidos por algunas notas muy ilustrativas de Jankélévitch.
Este autor describe bajo el apropiado título de «vértigo y aburrimiento « la ironía que torna sobre sí misma como sobre un carrusel.
El poder de la subjetividad que ha desentrañado el idealismo alemán se vuelca como un girar sin término y sin reposo objetivo sobre sí mismo, en un desistimiento burlón sobre un mundo que desdeña, no sin razón en muchas ocasiones.
Es el juego por el juego, elevado hasta el máximo riesgo de la propia destrucción, la negación por la negación, el arte resucitado de la sofística o el socratismo descompuesto por el cinismo (10).
El ya tan citado Novalis sirve como preámbulo. Sus «Himnos a la Noche » (11) prefiguran temas del desencantamiento con el mundo moderno.
Un des-encantamiento, por decirlo así, con el des-encantamiento del mundo, es decir, con el ascenso de la racionalidad que ha privado al mundo de los dioses, pero que además ha significado una entropía de la piedad (12).
El mundo había perdido, en términos que podríamos definir con el sociólogo alemán Ferdinand Tönnis, su fundamento comunitario (todo vestigio de la dominación patriarcal y de la vigencia de la tradición) para ser sustituido por una sociedad basada casi de modo exclusivo en el interés y en el cálculo, es decir, en la estimación del otro como medio y en la concepción de la sociedad como mecanismo (13).
Afin a su coetáneo Hölderlin, Novalis acaso se salvara de la locura que afligió a éste exiliado en las torres por su muerte prematura.
Pero la muerte, como la noche, provocaba ya un embelesamiento que era consustancial a la apetencia por los alucinógenos.
El tópico de la muerte, en Novalis como en los románticos y en los poetas malditos, era más que vértigo, si aceptamos que la ambivalencia implícita en la noción de vértigo, tal cual ha sido descrita por Milán Kundera en su libro La insoportable levedad del ser (14): una experiencia simultánea de atracción y de repulsión. Toda repulsión hacia la muerte había sido suprimida por una nostalgia por ella. A tenor de lo que establece Freud en Más Allá del Principio del Placer (15), el romántico quería cancelar toda la distancia que lo separaba de la naturaleza . Amor muerte, amor a la muerte venían a ser ahora, por paradoja, la mayor expresión de la filosofía, del amor a Sofía, a la verdad (16).
El segundo ejemplo es Thomas de Quencey. Opiómano, hizo de su dependencia su independencia, al describir, como Rousseau, en confesiones sin par, la dialéctica de su adicción a un Pharmacon tan poderoso como su escritura (17). También la obsesión por la muerte representa algo más definido que un vértigo, una vocación.
Y sin embargo, el apresuramiento de la destrucción provoca una anamnesis que será elevada a una categoría epistemológica de extraordinario valor heurístico, como es la del palimpsesto (18).
El tercer ejemplo es el del poeta Rimbaud. Prematuro como Novalis, fue tanto o más decisivo que el alemán en la configuración de una sensibilidad alternativa a la racionalidad
del mundo moderno. En carta a George Izambard fechada en mayo de 1871 dice: «Ahora yo me bestializo tanto como puedo. ¿Por qué? Quiero ser poeta y trabajo para hacerme vidente: usted no comprende del todo y yo no sabría explicarle. Se trata de llegar a lo desconocido por el desarreglo de todos los sentidos. Los sufrimientos son enormes, pero hace falta ser fuerte, haber nacido poeta, y yo me reconozco como poeta. No es del todo mi falta. Es falso decir: yo pienso. Se debería decir: se me piensa. Perdón por el juego de palabras. Yo soy un otro...» (19)
El poeta que como Sócrates se impone como primer deber el conocerse a sí mismo, juega a un metódico o arreglado desarreglo de los sentidos, a una minuciosa y por decirlo así analítica disección o desagregación de sí, a una estudiada enajenación. Contradicción en los términos, especie de oxímoron, esta razonable sinrazón, como la de Don Quijote, lo llevaría a la locura, si el apremio de ésta no lo lanzara a un sucedáneo que probó ser por igual suicida: la de aventurero en África. Y no obstante, el póstumo tendría razón en su crítica a la insensibilidad del mundo moderno.
DOS CLASES DE ABURRIMIENTO
Crepuscular o auroral como hemos dicho, la ironía melancólica es indicio de fin o de comienzo de una era, no importa que sus claves se cifren a veces como marginales en el transcurso de una época.
Lo que deberíamos aclarar ahora es que la melancolía se puede producir por exceso o por defecto.
Según la previa definición de Jankélévith, ella puede surgir por la sorpresa que produce el descubrimiento de lo múltiple, pero también, como nos lo ha enseñado José Gutiérrez, por la monotonía o el mono cromatismo de la vida. Unidad o monotonía que se quiebra en la multiplicidad, o diversidad que no se deja gozar por una monotonía que la ciega, tales son las fuentes contradictorias de la melancolía.
Existen pues una melancolía producida por la riqueza y otra por la pobreza. Una hartura - para volver al tema inicial - que se convierte en vaciamiento o un vaciamiento que se recubre como hartura o hartera (tal como por ejemplo disimula en la picaresca el hijodalgo que por encubrir un rango o una hartura que no posee, muestra un palillo de dientes como si hubiera comido). Es por decirlo así un tema típico del carnaval, este de la inversión de los contrarios. Jankélévith lo describe mejor que nadie: «Los extremos se juntan; y como uno se desespera de ser pobre y sólo, también se aburre de ser muy rico y muy feliz...Si todo está permitido, nada está permitido.
Esta alma neurasténica por el exceso de libertad, o de virtuosidad, o de ocio, parece a un navegante que muere de sed en medio del océano. Pues la abundancia envilece: tal es la ironía de la concurrencia. El aburrimiento es pues la desesperanza reversada, la desesperanza de los millonarios, de los acróbatas y de los humoristas; es la manera como los ricos se hacen pobres. Qué ironía. La ironía sorprende en su triste opulencia y en su vacía plenitud, pues es todo es ser nada. ¿Hay alguna pobreza más paradójica que la pobreza de la riqueza, más enervante que la indigencia de la abundancia?» (20)
He ahí el doble flanco del aburrimiento, la melancolía producida por lo mucho o por lo poco.
Baudrillard reflexiona sobre esta doble naturaleza de la desesperanza del mundo contemporáneo, cuando dice que países como Francia o Estados Unidos se parecen a Brasil o Colombia porque en uno y otro caso parecen vaciados de futuro y condenados a un presente sin fondo. Pero matiza muy bien el argumento. En las primeras sociedades, la desesperanza (diríamos el no futuro, el fin de la historia, la anulación de la utopía) obedece a un sentimiento de que ya se ha obtenido todo o todo es un dejà vu, mientras que en los otros países responde al síntoma de la fatalidad, a la creencia de que es imposible cambiar las reglas de juego que deciden una situación de dependencia (21).
La pregunta que se podría formular sería de qué modo dos aburrimientos o dos desesperanzas, como dos negaciones, se combinan para producir una afirmación o un resultado positivo.
Es decir, hasta dónde en el mundo contemporáneo pudieran conjugarse sociedades escasas en éxtasis y sociedades abundantes en él para producir una sociedad planetaria más equilibrada. Hasta el momento, ese cruce, cada vez más creciente, se ha manifestado en un plano negativo, el de la importación de la droga, de la fiesta (música incluida) y de lo exótico (naturaleza viva o muerta, ecología, frutas, etc.) para alimentar una sociedad con creciente tiempo libre (libre, pero no liberado), una sociedad que vive la paradoja de una búsqueda de excitación en sociedades no excitantes, para emplear un término de Norbert Elías (22).
EL CARNAVAL HA MUERTO, VIVA EL CARNAVAL
Que se sepa, Jankélévitch no conoció a Mijail Bajtin (23), por lo menos no lo cita en los dos textos mencionados. Y sin embargo, el acuerdo es por muchos aspectos sorprendente, aunque desde perspectivas muy distintas, la una humanista, la otra socialista sui géneris.
La afinidad radica en estimar que el carnaval murió en la sociedad moderna como exterioridad, pero se refugió en el arte como subjetividad. En otros términos, a medida que la oralidad primaria fue sustituida por la escritura en sus diversas formas, los temas carnavalescos se subsumieron en ella (24). Además, la reforma protestante, el individualismo creciente, el control estatal y el predominio de la racionalidad instrumental ahogaron el impulso expresivo inmediato carnavalesco.
Tales los innumerables ejemplos de carnaval en la música, como Berlioz (El Carnaval Romano), Schumann, Stravinsky, etc., pero también en la pintura (Picasso, por ejemplo, con los temas de arlequines, por no hablar de la pictografía del carnaval más antigua, la de Jeronimus Bosch o la de Bruegel), o en la novela o en la poesía, desde Rabelais hasta Dostoiewsky, según el agudo examen de Michail Bajtin .
La oposición, pues, entre el romanticismo y la sociedad de acumulación de poder económico o político no es aquella que pueda darse entre la pobreza exterior de los primeros y la riqueza exterior de quienes encarnan la sociedad capitalista. Si se quiere, los escritores románticos y sus seguidores, surrealistas y demás, son simétricos en muchos aspectos a la sociedad de la que se exilian o a la que repudian, así sea por una producción de imaginarios lingüísticos más obsesiva que en ninguna planta económica o en ningún estado. Si se quiere, también, más que los capitalistas ellos están expuestos a la ley de la competencia, y sólo lo salvan de mimetizarse con la sociedad que niegan por sus pretextos futuristas o nostálgicos y acaso por el modo cuasi-artesanal de su producción.
La discordancia está en otro sentido, en la diferente valoración que la sociedad capitalista hace de la producción de poder económico y político y de la producción social o cultural. No que no la reconozca, sino que tiende a ser miope o póstuma en el reconocimiento, una miopía que por lo demás encubre un mecanismo de defensa del poder adquirido.
Pero el argumento que en este momento interesa en el paralelismo de Bajtin y de Jankélévitch es el siguiente: el modo como atestiguan la entropía del carnaval en la sociedad moderna. Así como el capitalismo, tal como lo expuso Marx, disolvió las formas comunitarias como presupuesto para erigir el nuevo modo de producción, así el protestantismo, según la perspectiva de Max Weber, produjo el des-encantamiento del mundo, el control societal e individual de la conducta y una creciente - aunque no completa - racionalización de la vida colectiva, en especial en lo atinente al poder económico y político. El capitalismo moderno ha llegado a ser así, en su expresión, una jaula de hierro, de tal clausura que el arte (y el carisma que le es consustancial) , como el ave, ha perdido su libertad, a nombre de una ley que de modo supuesto la funda.
De esta forma, Jean Richard Bloch pudo decir en 1918: el carnaval ha muerto (25). Parecería como si en una sociedad homo-adulto-logo-burgo-euro-centrada no cupieran esas formas antiguas de carnaval, que al parecer quedaron relegadas a periferias católicas (Munich, España, pero incluso el carnaval romano descrito por Goethe feneció) o a sociedades «marginales», «periféricas» o «primitivas».
La entropía del carnaval es la de la tradición o el carisma, en términos de Max Weber, en favor de un mundo cada vez más burocrático y racional.
Y sin embargo, cincuenta años después hubiera podido decirse, con la simple inspección de Woodstock, o del Rock, o de los fenómenos orgiásticos de la droga, que el Carnaval renació de sus cenizas. 1968 pudo ser el año en que fue válido afirmar: «El Carnaval ha muerto, viva el Carnaval».
De ahí que sea necesario ensayar de nuevo sobre él.
NOTAS
1. José Gutiérrez 1996, tercera edición (la primera había sido en 1961). De la Pseudoaristocracia a la Autenticidad. Psicología Social Colombiana. Bogotá, Tercer Mundo. Según ha relatado José Gutiérrez, dicho libro fue pensado y escrito dos años antes de su publicación, durante su estadia en México. El ‘‘albor’’ se refiere pues tanto al carácter ‘‘iniciático’’ de la producción de José Gutiérrez, como a los comienzas o principios de una nueva era colombiana que se había erigido para superar ‘‘la violencia’’.
2. Obra Citada, capítulo quinto, páginas 83 a 91. Sobre la manía política discurre en el capítulo tercero y allí advierte con mucho sentido profético el flanco crucial en la democracia, cual es la oposición. Una oposición que periclitó con el breve experimento del Movimiento Revolucionario Liberal en el cual militó José Gutiérrez.
3. Si el excelente trabajo de José Gutiérrez hubiera hallado eco, tal vez se hubiera podido ampliar esta observación lingüística para referirla a contextos socio antropológicos, en particular al posible efecto de la ‘‘chicha’’ sobre la melancolía. Es sabido que el ‘‘enchichamiento’’ produce una pesantez que a la vez se experimenta como un ‘‘vaciamiento’’.
4. No deja de ser notable que el uso del imperativo aparezca - contra las advertencias del autor - en el capítulo anterior a una disección implacable sobre su uso en la sociedad como rasgo de autoritarismo.
5. Inglis, Brian, 1968. Historia de la Medicina. Barcelona, Grijalbo. P. 88-97. Sobre Platón y el amor, por supuesto la fuente principal es El Banquete. Platón, 1969: Obras Completas, Madrid, Aguilar, segunda edición: páginas 553 a 597.
6. Strauss, Walter, ed, 1972 The Complete Engravings, Etchings and Drypoints of Albrecht Durer. New York, Dover.
7. Jankélévith, Vladimir, 1977. La Mort. Paris, Flammarion. Capítulos II y II, páginas 92-185.
8. 1964 L’ironie. Paris, Flammarion. Traducción nuestra.
9. Burton Robert, 1947. Anatomía de la Melancolía. Buenos Aires, Espasa Calpe (selección9.
10. Jankélévith. L’ironie. Ver en especial 143 a 153, aunque los argumentos se esparcen a lo largo de todo el libro.
11. ‘‘Himnos de la noche’’, hay diversas versiones.
12. Este es el gran tema de la obra del sociólogo Max Weber, 1987. Ver ‘‘La ética protestante y el Espíritu del Capitalismo’’, en: Ensayos sobre sociología de la Religión. Madrid, Taurus, Tomo 1.
13. Tönnies, Ferdinand, 1947. Comunidad y Saciedad. Buenos Aires, Losada.
14. Kundera Milán, 1987. La Insoportable Levedad del Ser. Madrid, Tousquets.
15. Freud, Sigmund, 1948. Más Allá del Principio del Placer. En Obras Completas. Madrid, Biblioteca Nueva.
16. Ver el ensayo anterior.
17. Lo mismo.
18. Thomas de Quencey, 1985. Confesiones de un opiómano inglés. Madrid, Alianza, 1987, y: Suspiria de Profundis. Madrid, Alianza.
19. Rimbaud, 1960. Oeuvres. Paris, Editions Garnier Freres. Traducción de Diamon.
20. 1964. L’ironie. Paris, Flammarion.
21. Baudrillard, 1987. Cool Memories. 1980-1985. Paris, Galilée.
22. Elías, Norbert y Dunning, Eric, 1992 (1986). Deporte y ocio en el proceso de civilización. Méjico, Fondo de Cultura Económico.
23. Bajtin, Mijail, 1989. La cultura popular en la edad media y el renacimiento. Madrid, Alianza.
24. Esto podría inferirse de una lectura del excelente libro de Ong, Walter, 1987. Oralidad y escritura. México, FCE.
25. Jean Richard Bloch, citado por Julio Caro Baroja en su libro, 1965: Carnaval. Madrid, Taurus.
[1] Aquelarre. Revista semestral del Centro Cultural de la Universidad del Tolima. No2. Edición Julio –Diciembre 2002
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