JOSÉ EUSTASIO RIVERA e Ibague

JOSÉ EUSTASIO RIVERA SE INTERESA POR LA SELVA EN LA TERTULIA IBAGUEREÑA.Por el profesor Libardo Vargas Celemín[1]:

En el mes de septiembre de 1909, llega a la población de Ibagué, luego de vencer las peripecias de un largo viaje a caballo, el recién graduado maestro de la Normal Superior, José Eustasio Rivera. Viene como Inspector Nacional de Educación y es el primer cargo público que ocupa el hijo de un modesto hacendado de Neiva.
Ibagué era por entonces una apacible población, sin más movimiento que el comercio menor que se realizaba con las ciudades cercanas. Contaba con varios colegios, entre ellos San Simón, Conservatorio, la Escuela Normal y el Seminario. Había una modesta actividad cultural, sobre todo en el aspecto musical. Sin embargo el recién llegado, tal vez por su timidez, no entró a hacer parte de las tertulias de la época y se limitó a tener un grupo de amigos, con quienes compartía algunas veladas y acompañaba a excursiones en los alrededores de la ciudad para practicar la cacería, una de las diversiones favoritas de Rivera.
Tan pronto llega a Ibagué, algunas personas Ie recomiendan a Rivera que evite entrar en conflictos con los maestros y directores a quienes visita. Las ideas que tiene en torno a nuevas formas pedagógicas, choca con los intereses de quienes están en la docencia y cuentan con padrinos en las altas esferas que los respaldan. Por eso Ie recomiendan limitarse a rendir sus informes sin más comentarios.
El contacto con la naturaleza en los alrededores de Ibagué sensibilizan las capacidades descriptivas del poeta y narrador, el contacto con la flora y fauna de la región, impregnan sus sentidos y va almacenando ideas para sus composiciones futuras. Aquí mismo en Ibagué escribe una serie de poemas que harán parte de su famoso libro “Tierra de promisión” y en ellas se puede detectar fácilmente la influencia del entorno.
La vida afectiva de Rivera se resquebraja con la muerte de su hermana Inés ocurrida en la ciudad de Bogota, mientras el laboraba en Ibagué. Esto afligió bastante al poeta y su situación emocional comenzó a entrar en choque y la mente de este joven, deseoso de escalar grandes posiciones, comenzó a sentirse constreñida y a preparar la posible marcha hacia nuevos horizontes.
Las incursiones al cerro de Pan de Azúcar Ie proporcionaron suficiente material para elaborar, según algunos críticos, uno de los mejores poemas de la literatura colombiana, “La paloma torcaz” Aunque existen algunos artículos que hablan de amores furtivos de Rivera con una dama ibaguereña, de quien se afirma, contaba con algunos poemas eróticos escritos de puño y letra del poeta, parece que el normalista Rivera no estaba muy interesado en congraciarse con la flor y nata de la sociedad ibaguereña y más bien optaba por tratar a mujeres más sencillas.
Rivera publicó un relato cuya referencia vivencial todos los habitantes conocieron. En el año de 1911, la Revista Tolima publicó un cuento llamado “La mendiga de amor”, parece que la anécdota que lo inspiró fue cierta y tenía que ver con una indigente que se enamoró del poeta y cuando este intentó darle unas monedas, esta se puso furiosa y no se las recibió.
En julio de 1910 se realizó una serie de actividades culturales en Ibagué para conmemorar el centenario de la independencia; con tal motivo se efectuó un concurso de poesía que tenía como tema un homenaje a España. Rivera participó y sus amigos estaban seguros del triunfo, sin embargo el poeta y filólogo Manuel Antonio Bonilla, también envió un trabajo.
La noche de la decisión ambos participantes leyeron sus obras y se Ie otorgó el primer lugar a Manuel Antonio Bonilla, con las consabidas protestas de los partidarios de Rivera, quienes afirmaban que habían existido preferencias y aseguraban que la calidad del trabajo del poeta de Neiva, no tenía rivales.
Creo que el mejor aporte que Ie dio la ciudad a Rivera fue el contacto que tuvo con Custodio Morales, un ex militar que se había desempeñado como coronel de los ejércitos que habían estado en plena selva y que conocía historias de indios, blancos y caucheros, en especial todo lo relacionado con la famosa Casa Arana. De las extensas tertulias con Custodio Morales fue surgiendo en Rivera su entusiasmo por las historias de las selvas, años más tarde se internaría en esas trochas que antes conoció por boca de Morales, quien sin saberlo, fue preparando el camino para que la sensibilidad del poeta, convertido en novelista, penetrara en las profundidades del conflicto de los caucheros y realizara su gran denuncia sobre la explotación de los mismos.
En alguna ocasión el joven Rivera fue tentado a expresar sus ideas políticas y pedagógicas a un grupo de artesanos de Ibagué, posteriormente dictó una conferencia similar en Neiva, donde habló de la necesidad de transformar la educación, de crear mayores espacios de democracia y otras posiciones que hoy parecerían ingenuas, solo que el obispo de Neiva, Monseñor Rojas no lo vio así y lo acusó ante el Ministro de Educación, quien decidió suspenderlo de su cargo.
Acompañado del hermano Juan, un antiguo profesor de la Normal, Rivera se presentó ante el furioso Ministro de Educación, quien después de escuchar al poeta, terminó aceptando sus explicaciones y lo reintegró al cargo. Ya Rivera estaba deseoso de cambiar su horizonte de trabajo y había realizado algunas gestiones para ser nombrado en la ciudad de Bogotá, en el Ministerio de Gobierno, como efectivamente ocurrió.En el mes de diciembre del año 1911 sale Rivera definitivamente de Ibagué, pronto ingresará a la universidad y se graduará de abogado, más tarde viajará a Méjico y a su regreso estará en los llanos orientales y en todos aquellos sitios que terminaron por reafirmarle el interés nacido en las calles polvorientas de Ibagué y, una especie de necesidad comenzó a abrirse camino en su vida, tenía que contarle al mundo la explotación inhumana que Ie estaban haciendo a muchos compatriotas, a quienes consideraban como esclavos
[1] POETAS Y NOVELISTAS COLOMBIANOS DE PASO POR IBAGUÉ Aquelarre. Revista semestral del Centro Cultural de la Universidad del Tolima. No 1. Edición Enero –Junio 2002, página 61

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